sábado, 3 de marzo de 2007

RECUERDOS...


Cuando se acerca el despertar de mi ocaso, miro atrás, sólo por un momento y por última vez, mi vida pasa como un relámpago ante mis ojos. Miles de pequeños sucesos vienen desde el pasado a revolver el presente cuando ya no hay futuro. Recuerdo mi infancia. Aquella época de inocencia, de risas, de juegos. Caminaba de la mano grande y fuerte de mi padre, tras sus pasos firmes y seguros, que nunca tropezaban, esos pasos que me dejaban el mejor camino. Mi padre era tan alto que parecía tocar el cielo con su frente. Mi madre, siempre dulce, dándome amor, consintiendo todos mis caprichos, ella es la culpable que sea tan caprichosa y mimada. Acostumbrada a tenerlo todo cuánto podía desear, menos la tan ansiada felicidad, que no tiene precio. Mi mundo fue perfecto en la infancia, mucho amor, buena educación, una situación económica aceptable, siempre fui tratada por mis padres como una persona, si hacía algo mal me lo explicaban y me corregían, no me castigaron nunca, tampoco me gritaron, me incentivaron a luchar por lo que quería, a ser siempre la mejor en cualquier cosa que hiciera, pero no por ellos, sino por mí, ellos siempre decían que llegaría el momento en que se irían de mi lado y que no debía depender de ellos para siempre. Aprendí de este modo a confiar en mí misma, a creer en mí y en el que nada es imposible si realmente se desea. A veces soy egoísta y pienso demasiado en mí, pero es algo que no puedo evitar, porque está en mí. Tengo pocos recuerdos de mi infancia, difusas imágenes de la casa en la que viví mis primeros años. No recuerdo casi mi primera etapa escolar, ni a mis compañeros, ni profesores; de los diez años en adelante tengo más visiones. Hay algo que es imposible de olvidar: los paseos al parque. Esos días domingos en que íbamos de picnic en familia, mi mamá llevaba comida como para un tropel y cosas como para un viaje, papá sólo se ocupaba de hacernos caminar lo más posible. Él decía conocer todos los lugares, pero siempre acabábamos perdidos. Me acuerdo que siempre me han gustado mucho los columpios, me encantaba ir al parque por eso, recuerdo que había que pelear por conseguir un columpio desocupado y cuando yo lo conseguía ya no me bajaba de él. Me fascinaba balancearme en ellos, me sentía más ligada al viento que es mi ideal de libertad. Aún voy a los parques en busca de ráfagas de tibio y dulce pasado de sonrisas. Me siento en un columpio e intento llegar al cielo tras una flor de ocaso, intentando detener el tiempo por escasos segundos que se van como brisas y acaban perdiéndose en el viento...

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